sábado, 22 de noviembre de 2014

Día tras día

El reloj, otra vez el reloj, marca la hora en la que me conecto al mundo para dar testimonio otro día más. Ojos cerrados, y la negrura de no ver nada toca mi lengua y me llena la boca de sabor a carbón, a ceniza. Cada mañana ese sabor, una y otra y otra vez. Abro los ojos y las paredes sabor manzana me calman los sentidos. Planifico todas las cosas que a lo largo del día no podré hacer, nunca sabes lo que te espera como decía aquella película. Subo la persiana de mi habitación y veo un cielo quemado, que desprende cobre que llega a mi estómago. Tengo que irme, o llegaré tarde a clase, unos vaqueros salados y una camisa acre, como la arena. Cojo la puerta y en la calle el marrón de los árboles devuelve a mi boca ése sabor, ése sabor que ya he probado tantas veces, ése sabor a whisky, pero no me detengo. Miro el suelo blanco, tan insípido y tan común, me siento agradecido de que exista el color blanco. Ya en la estación el aluminio de los autobuses me inhunda, es como una gran manta envolvente. Enciendo un cigarro y me lleno los pulmones de humo, me quito todo sabor de la boca. Ya en el autobús el carrusel de gente que pasa deja cada uno su esencia, hay rostros vomitivos, y no es por su físico, eso es lo de menos. ‘Ojalá nadie se siente a mí lado hoy, ojalá no’ retumba en mi cabeza como una melodía anodina, pero hoy no. Se sienta a mí lado una mujer de unos 40 años, viste ropa con ése sabor, otra vez la ceniza vuelve a mi lengua, otra vez. Media hora insípida donde no encuentro consuelo ni en la carretera ni en el cielo gris, llego a la ciudad, y los ladrillos de la catedral tocan mi lengua, son ásperos, estoy tragando arena hasta llegar a la facultad, donde el plástico adormece la arena. El conocimiento retumba en las paredes de cualquier centro, como me dijo aquel profesor sin nombre.

Pronto, muy pronto, comienza información a llegar a mi cabeza, millones de sonidos, mi cabeza algunas veces querría implosionar, un big bang neuronal, conocimiento en vena, pero los rostros inexpresivos, las sonrisas ignorantes y la preocupación banal baña los rostros de la gente como el mejor maquillaje. No es que quiera, pero me cuesta tanto cambiar mi actitud. Profesor, profesora, señor, señora, usted, atienda, que hay que quemar las libretas de tinta y calentar las yemas de los dedos para los informatizados. Demasiado sabor, confusión, colisiones de contrarios, el hacinamiento en las aulas me aturde. Ruido, demasiado ruido, el sonido de un corral de gallinas esconde gente dulce, como la mejor repostería de la ciudad. Cuatro, cinco, seis, o siete horas más tarde el recorrido inverso. Plástico, aspereza, arena, aluminio, y a casa. Busco las calles más sosas de la ciudad antes de llegar al autobús, quiero desaparecer, que mi silueta se desdibuje de los límites y que la verdad emerja al final, que todo el mundo la vea.

Llueve, cada gota cae caprichosa por el cristal, parece que se quieran suicidar. Escuchas las mismas conversaciones día tras día. Trabajo, empresarios, amas de casa, adolescentes preocupados únicamente por dónde puedan pillarse un pedo este fin de semana, yo solo veo que nada parece real, que la gente podría vivir en una cloaca en el espacio exterior y que no pasaría nada, que ves ojos llorosos y disculpas cuando en realidad la gente sabe que no hay perdón, solo amnesia permanente, joder, no se ha cumplido nada y el día ya toca a su final. Llegas a casa y cuentas esas historias que conculquen todas las leyes del universo para poder llegar al final del día, ¿y qué dice eso de tu realidad?

Nada, nada ha cambiado al final del día, sólo se un poco más que ayer y un poco menos que mañana como se dice. Entro en mi pequeño trozo de universo 18 metros cuadrados, enciendo unas velas, pongo café del mar, y repito el mismo proceso de cada día, -ya sabes como va esto- me digo. Buscas una historia, construyes una narrativa, día tras día.

Día tras día.




Hans.

Ateo del perdón

No quiero pensar, los párpados cerrados transparentan miradas cuyos ojos diluvian sobre unas vestiduras ajadas que camuflan un delito ...