Sé, como muy pocos
que
en tu cruzar de piernas
no escondes un húmedo tesoro
ni una cruz
de las que se marcan en un mapa,
sé que tampoco esgrimes
motivos de venganza en tus afiladas uñas.
Sé que solo tienes síndrome de abstinencia por tus últimos besos.
Creo,
que tras tus oscuras gafas,
tu sonrisa diminuta
y el bailar de tu lengua por la comisura de tus labios,
escondes más penas de las que lloras
tras cada orgasmo y cada trago.
Creo que has sufrido demasiado y sólo esperas a la muerte.
He aprendido,
o me has enseñado
no lo sé,
que si pides alcohol y hielo
te estás quemando,
por dentro.
He aprendido que siempre has tenido una peculiar manera de marcar tus ceros, noventas y unos y llamar al bombero de tus fuegos internos.
Observo tras la venda de mis ojos
la inquietud de tus manos
y el jugar de tus dedos,
yo mientras sueño con que sean ellas quien me la quiten
y que sean tus gestos la primera maravilla del mundo que éstos vean.
Creo saber tanto de ti
en apenas unos minutos,
que me pido otra copa,
brindo por ti
y sin darme cuenta;
creyendote desnuda de dentro hacia fuera
soy yo quien se ha quedado desarmado
y sólo
con permiso de Benedetti
me ha quedado mi corazón coraza.