Una lágrima
sigue a la otra
precipitándose
en tendencia suicida
sobre mi cama
una noche de fiesta,
ironía del destino
que se despiertaban
los muertos.
Este lecho
es un río de sangre
y dolor
interno,
sordo,
ahogado,
que emana
de dónde si no,
de un corazón roto.
El espejo señala
al único
responsable
de esta catástrofe,
y su implacable
certeza
me mata,
me asfixia,
me pudre.
Vomito sollozos
con el fin
de la guerra interna,
una guerra
en la que,
como siempre,
ha ganado el bando equivocado.
La justicia no es cuestión de razón,
si no de fuerza.
Y estas letras las hago conmigo, pero no por mí.
Y estas letras,
se desvanecen entre cantos desesperados
y angustia ilimitada.
Lo peor quizá,
es saber la verdad de todo,
y que pedir perdón no sirve,
porque por tener memoria,
no puedo perdonar.
Vivo en un musical costumbrista,
atrapado en la eternidad
de mi futilidad
mientras recuerdo
letras pasadas
respirando cigarrillos
de despedida.
jueves, 4 de mayo de 2017
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Ateo del perdón
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