domingo, 25 de diciembre de 2016

Lxs malditxs

Silencio gritaban mis oídos una noche de estrellas negras y eclipse de corazón mientras los malditos brindan esta noche por la desesperanza y en pos de la distopía que ven cumplida.

Las malditas... aquellas personas sin hogar ni destino,aquellas que viven por y para sí mismos, aquellas que viven la hiperrealidad de forma epidérmica pero cuya sensibilidad traspasa  todos y cada uno de los poros de sus pieles.

Las malditas son las personas con el alma rota y el corazón perdido, con la cordura muerta y la vista cansada, con la vida acabada y con la muerte lejana. Las malditas parecen animales por su aura de tristeza inconsolable cuando cada noche se retuercen en las camas de no dormir para cavilar y cuestionarse cada decisión no tomada, cada camino no escogido, cada palabra silenciada, cada mirada ciega, cada grito mudo, cada uno de los gestos que les llevan a cumplir su sino, y el terrible sino de toda vida, despertarse. Despertarse del sueño que todas tienen, despertarse de la ilusión de convertirse en una persona.

Las malditas son las personas sufridas y sufridoras, los castigados que se levantan y se lamen cada mañana las cicatrices que les dejaron sus teóricos aliados. Las cicatrices de vivir muriendo sin querer seguir matando, esas cicatrices de piel marcada, de hambre enmascarada de deseo, de deseo camuflado de ansia, de ansia de frenar la nausea de ver cómo es realmente todo, de todo cuanto nunca será vivido, de lo que de vivido tiene un halo de anhedonia de puta realidad sentenciada.

Las malditas son las personas de la indefensión aprendida en la modernidad líquida, las artistas que pintan obras cantando versos que aspiran a poesía y cuyo romanticismo no puede ser otra cosa más que una brisa de polvo en el viento con aroma a despedida.

Joder qué triste. Joder, la vida.

Los malditos están marcados, están dañados y están heridos; los malditos no lloran, y si lo hacen es que no soportan lo efímero del sobrevivir. Los malditos viven cada noche y cada noche vuelven a morir. Los malditos no creen, no confían, no son sinceros, y mucho menos consigo mismos, pues duele demasiado. Los malditos se arriesgan pero nunca ganan; los malditos piensan y deducen pero nunca concluyen; los malditos piensan sobre sus vidas una media de cinco veces al día, y todo cuanto comen son sus propias cabezas. Los malditos son exiliados de sí mismos, los malditos son los abandonados en los círculos del infierno.

Los malditos creen que la divina comedia es la senda de perdedores esteparios escribiendo en cartas sus penas en un ejercicio de metamorfosis sobre papeles de agua. Los malditos son los que creen a Zaratrusta y han visto morir a los dioses, los malditos son los que se han vaciado por dentro para no tener que soportar el dolor que se les causa desde fuera.

Los malditos, se revelan a contra corriente y sufren pues en sus ojos se lloran las penas ocasionadas por poderes invisibles que mueven los hilos, se tienen como propios enemigos, verdugos y asesinos. Los malditos son los suicidas de Hesse, los perdedores de Bukowski.. malditas aquellas personas sin futuro, ancladas a un pasado que plasman en el presente a través de sus obras. Malditas las personas sin tiempo, pero que ven la belleza que ocupa el espacio vacío.

Los malditos, se juntan sin que los críe Dios, beben hasta olvidar su nombre, se enamoran como los idiotas de Nietzsche, y se llaman mutuamente sin nombre en susurros de gélida empatía. Los malditos se aman a morir y a matar.

Y hoy, sobreviven, y lo hacen juntos, cogidos de la mano, y esgrimiendo un halo de esperanza irreconocible en ellos, y besándose el alma mientras se desangran las emociones desnudas, y no dejan de hacerlo, y joder, que no paren.

Hans.

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