miércoles, 12 de diciembre de 2012

Verdades que rasgan.

A veces tenemos que enfrentarnos a nuestros mayores miedos cara a cara. A veces, tenemos que asumir lo ya sabido por mucho que nos pueda doler.

Martes, 4:56 am. Acabo de despertar, una noche más, de la misma pesadilla recurrente que me lleva atormentando semanas. No se ni el cómo ni el por qué de esa pesadilla, pero está grabada en mi retina y no se va, no pasa no la asumo. Aun recuerdo el dia en que me enfrenté a la verdad. Fue por curioso, por mirar en el bosque detrás de los juncos, por alejarme demasiado de mi grupo, por abrir puertas que nunca había abierto, por decir las cosas que hubiera sido mejor callar.

Tan tranquila e impasible, tan verdadera y rasgadora, tan sibilina y certera la verdad se topó conmigo, es curioso, ha dolido pero, ¿y qué? Si el tiempo pasa y no pregunta por nadie de qué sirve lamentarse por una verdad que no es tan mala como parece. Una verdad que se puede cambiar, una verdad que, día a día, como todo, va cambiando.

Desde entonces vivió con los pies de plomo, mirando sus pisadas paso a paso, midiendo sus palabras, cuidando sus gestos. Preocupandose del más mínimo detalle porque la verdad desgarradora, que no tan mala era, cambiara.

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