sábado, 27 de mayo de 2017

Vacuo

Llevaba tres días sin dormir. El mundo seguía girando a mi alrededor y la existencia se me hacía vacía, la comida me sabía insuficiente y las horas se me pasaban como días. Todo se había ralentizado como en esas películas insípidas que te escupe el televisor. Esas que nunca parecen acabar. Esas cuya argumentación es un cóctel de tópicos rancios, frases baratas y estereotipos de reposiciones con un regusto amargo. Mi vida se había convertido en la expresión máxima de una impredecible rutina en la que tenías la (in)certeza de estar vivo. Mi cuarto era una estructura caótica donde el desorden estaba medido con el listón de los malditos. Por suerte, cada mañana podía mirar a Jesucristo en mi pared, él siempre se quedaba en su cruz, y nunca se iría. Qué gilipollez, es una puta fotografía impresa de un cuadro de Dalí. Salí de la cama donde sólo había dado vueltas con el vacío en la mano. Entré en el baño cuya luz ya no enciendo y me duché a oscuras mientras de fondo sonaba Mina. Llevaba tres días sin dormir.
El tiempo no se escapa, se padece.
Tengo la costumbre de evitar mirarme en el espejo. Prefiero no enfrentarme a la mirada asesina que proyecto desde hace un par de meses, cuando perdí del todo mi guerra interna más feroz. Mis colmillos se han afilado desde entonces, mi voz se ha ido apagando poco a poco y ya sólo mantengo intermitentes conversaciones conmigo mismo. Silencio se ha hecho constante en la ecuación con la que calculas el volumen del prisma que es mi vida. Y ya me he acostumbrado a las aristas punzantes en el vacío que se me ha quedado entre las costillas. Vivo en torno a mí mismo, la gente evita mirarme cuando se cruza conmigo por las calles vacías, pero no importa. Ya sólo pienso en ir poco a poco soltando lastre emocional, hasta vaciarme para no llenarme nunca más. 
A la vida le faltan filtros y música de fondo.
La memoria que me queda me recuerda que hoy he quedado. Mi móvil se iluminó a media tarde con una invitación a tomar una(s) cerveza(s) si tenía tiempo libre. Mi tiempo siempre es libre si es para tomar una cerveza. Voy al encuentro de una persona con la que las conversaciones son de alto voltaje, y teníamos la sensación de que nos electrocutaríamos cuando superáramos la barrera tecnológica. Para nuestra sorpresa, no hubo cortocircuito. Me dijo que había confirmado que no es bueno ayudar a las personas, que le había traído la desgracia de la mano de una visita a una consulta de traumatología. No hay que tener fe en las personas. Somos efímeros, caducos y movidos por intereses (i)legítimos, siempre con el dedo en el gatillo, preparados para dispararnos a quemarropa los unos a los otros cuando el apoyo se convierta en obstáculo. El tiempo se consumió entre nuestros dedos que sujetaban cigarros aliñados y la condensación del frío de las cervezas por las copas empaparon nuestras manos. Nos despedimos entre risas y acordamos repetir.
El tiempo es un homicida cruel.
Volví a la habitación del silencio y anoté el día, la hora y lo que acababa de pasar. Lo taché y me abrí una botella de vino que tenía reservada para mi mismo. No podemos confiar en las palabras de lenguas que nos envenenaría a morir si en algún momento cometiéramos el terrible acierto de mordérnoslas. Nuestra tendencia es a escupir y cerrar la boca reclamando inocencia. Que no he sido yo quien ha envenenado tu alma con prosa barata y frases de sobres de azúcar.
Quisiera vivir en la realidad de los ilusos para mantener el optimismo intacto.
Camino entre rostros difuminados y siento cada vez más real mi alienación. Veo como cada una de mis palabras y mis sílabas, mis consonantes y mis asonantes rugen entre dientes que estoy atrapado en una idiócesis solipsista que me lleva a un viaje de parálisis mental y tetraplejia emocional en el que todo cuanto debo hacer es fingir. Fingir que disfruto, que me alegro de veros, que esta fiesta es “para toda la vida” y que a pesar de haberme olvidado de hablar y caminar, siempre tendré este ebrio recuerdo. Fingir que estar bien es natural, que el mundo es bueno no es algo artificial. Fingir que ya no hay cicatrices, que de los errores se aprende o que todo es cuestión de perspectiva. Fingir que soy inmortal, que carpe diem y tempus fugit son mis lemas. Fingir que hay que ir pasito a pasito, suave. Suave, suavecito. Joder, creo que voy a vomitar.
Soy un capullo, soy la promesa de una flor.
Génesis toca a su fin, y me jode. Me jode que mi renacimiento toque a su fin. Me jode que tenga que volver a irme para nunca volver a quedarme. Me jode sentir que la despedida se acerca, y no puedo sellar las saladas gotas que corren por mis mejillas. Me jode la sensación de quedarme con tanto que decir y tanto por hacer. El fin de génesis no tiene nada que ver con la biblia, aunque ha habido una diosa sin sexo que ha podido ser protagonista, ha habido bestias que me han desangrado la espalda, y ha habido noches sólo para locos contadas, pero no para cualquiera. 

Quiero ser la palabra que se derrama por tu boca. 
Quiero ser la carta que rompes cuyo contenido recitas.
Quiero ser la adrenalina que eriza tus piernas.
Quiero ser, porque estar es sencillo.
Quiero ser la catástrofe que te acaricie por la noche.
Quiero ser el recipiente donde te vacíes.
Quiero ser destinatario y remitente de tus letras.
Quiero ser esclavo si eres tú quien tiene la llave de estas cadenas.
Quiero ser el epitafio de tu lapida cuando te llegue la hora.
Quiero ser los lugares que habites.
Quiero ser tantas cosas, y acabo siendo ninguna.

Ya son demasiados días sin dormir… ¿me moriré de insomnio?


H.

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