domingo, 24 de febrero de 2013

Callejero

APRENDER A HUIR, sin mirar atrás ni hacerse el héroe, que se jode lo bonito de cruzar una puerta sin que nadie sepa que lo has hecho. Que si no, cualquiera es capaz de ir tras de tí a buscarte, bueno no, cualquiera cualquiera no. No empecemos a usar las palabras a la ligera. Pues las palabras, como todo, pesan. Cafe del Mar sonaba con fuerza, tumbado en un césped, mirando las estrellas, con mierda en la mochila, con humo recorriendo las mejillas. No quería pensar en nada, solo disfrutar, dejarse llevar, fluir con el momento, con la magia que sin pretender y avisar aparece. Qué puta llega a ser la magia, mas hace de momentos buenos una mierda, en comparación con momentos mágicos. Y que bonitos son cuando esta aparece, y que insustancial se vuelve todo cuando de repente, se desvanece. Pero en lo fugaz está la belleza, en el visto y no visto, en dudar de los espejismos. Tras de sí dejaba la puerta de casa, la que tantas veces abría día a día, pues ni de cobijo aquel lugar le servía, pues los truenos y relámpagos abundaban más dentro que por las calles que recorría. "Eres de la calle amigo" le decían, pero no en el mal sentido, ¿en cuál si no? Siempre con mochila y cascos. Siempre con su música y sus fiascos. Pues poner la mano en el fuego acaba quemando, tirarse contra un muro acaba doliendo y tener fallos acaba pesando. Cada día era una mierda distinta que llevarse a los pulmones, una canción distinta que le inspirara y una ración individual de momentos que disfrutar. Pero lo mejor era escaparse por las noches, para ir a ninguna parte a tumbarse, a escuchar Moby, Dream About Me y así no poder quejarse.

A decir verdad, ¿de qué podía quejarse? Tenía libertad y despreocupaciones, tenía su música, sus libros y todas sus oraciones. Sus momentos, tan mágicos que recordarlos parecía mentirse a sí mismo. Tan mágicos que eran sólo suyos. Echaba de menos el ayer, disfrutaba del hoy, y esperaba ansioso el mañana. Vivía en la calle, a la espera, de la ansiada desesperanza.

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